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lunes, 31 de agosto de 2015

RECORDANDO LABORES DEL CAMPO DEL PASADO SIGLO

He tropezado en Seseña con un bonito artículo describiendo las faenas del campo estivales que se realizaban hace ya bastantes años, y una vez autorizado por su autora Doña Fátima de Hita Martínez, y considerando muy interesante dar a conocer su contenido, me he decidido a subirlo a nuestro blog adaptando su contenido a la operativa de Blogger.
El largo y cálido verano recuerda que los lugares ya no son lo mismo, ni siquiera las viejas palabras …. Todo se perderá pues el tiempo, inexorablemente, lo condenará al olvido. Captar un destello, pequeñas perlas de recuerdos dormidos de nuestra historia y nuestra gente, nos ayuda a reivindicar esa individualidad y el cariño a este pueblo que fue y seguirá siendo tan nuestro.
Desde el recuerdo o quizá la fantasía, mi homenaje a esos hombres y mujeres de campo que agotaron sus vidas en esas largas jornadas de sol a sol o de frío invierno luchando por vivir y dar a sus hijos mejores oportunidades que las que ellos tuvieron. Generación a generación construyeron nuestra memoria y gracias a ellos, a su tesón y esfuerzo, a su sacrificio silencioso, hoy contemplamos este paisaje con una mirada renovada. Sepamos algo de ellos y su trabajo.

Todo comienza con la sementera: Se inicia en otoño, tras las primeras lluvias, se prepara el terreno con el arado o grada. Para que la siembra sea eficaz requiere que el terreno quede dividido en calles y el cultivo ordenado. La tierra se araba previamente con la vertedera. La semilla se entierra en el surco que conserva más humedad y se tapa con el arado o la grada. Tradicionalmente la siembra se hacía a “voleo” o se “sembraba a puño” lanzando el grano manualmente desde la “sembradera de costal”. Detrás del sembrador iban otros peones con las mulas cubriendo el grano.

La siega.- La palabra “estío” –verano- nos recuerda un tiempo muy lejano de sudor, trabajo y sacrificio, tiempo de recolección: siega y trillado. Los frutos maduros, trigo y década dorada por el sol y mecidos por la suave brisa, han granado y los braceros inician la lenta recolección: segadores, peones, hombres y mujeres de gesto recio y tostado, se preparan para la larga campaña de recogida. Los contratos ya están firmados “a jornal” o “a destajo”, una simple “palabra dada” con un apretón de manos constata el acuerdo sellado. Los campos secos y polvorientos despiertan con “la fresca”  y ya llegan cuadrillas de segadores hoz en mano a cortar la mies, cargados de costales, botijos, ataeros, cacharros para preparar la comida (patas guisadas con bacalao o un fresco gazpacho a la tarde con pan duro), carros y mulas donde transportar las gavillas hasta la era. Los serones, espuertas y esteras  están remendados y listos para su uso. Largos y duros meses de cosechas les esperan …importante hacer un chozo para resguardarse del sofocante calor a la hora de la siesta. Cuadrillas de segadores (muchos de ellos llegados de Galicia) trabajan de sol a sol hasta Santiago, quieren estar de vuelta en su tierra para celebrar la fiesta de su patrón. En tiempos la espiga era cortada a mano con las hoces afiladas pero, poco a poco, se va iniciando una lenta y rudimentaria mecanización del campo. Cortadas ya las espigas y reunidas en haces de mies, se forman gavillas uniendo unas a otras y se atan con cuerdas o con tallos del mismo cereal. Grupos de mujeres espigadoras recorren el campo recogiendo las espigas caídas para aprovechar todo el grano posible, y los rastrojos (tallos cortados que quedan sueltos en la tierra) se aprovechan para que coman las ovejas o como abono tras ser quemados.
Los haces de mies son cargados en los carros y llevados a las eras del pueblo, la labor se traslada allí, comienza la trilla. Las eras de Seseña eran lugares abiertos y llanos, expuestos al suave viento y con el suelo bien apisonado para facilitar la labor del trillado. Las mujeres de la casa suben para ayudar a desatar gavillas, se extienden los haces y se machaca las espiga a ritmo lento con trillos tirados por mulas que dan vueltas y vueltas hasta que el grano se separa de la espiga. A los niños les encanta jugar aquí, suben al trillo como si fuera un columpio, se esconden o saltan entre las montañas de paja y, al caer la noche se tumban para contar las estrellas en aquel mar de olas doradas.
 Qué fiesta y con qué alegría recibían al heladero (desde estas líneas un recuerdo cariñoso para Domingo “Chola”) que con su carrito de helados de cucurucho refrescaba a grandes y chicos.

           Una vez trillado y aprovechando los días de viento comienza la limpia, comienzan a aventar la parva para separar el grano de la paja. Para esta labor se utilizan horcas, bieldos y palas. Finalmente se criba de impurezas el grano y se transporta en grandes costales (marcados con las siglas del patrón) al granero. A esta labor se la decía “encerrar el grano”. La misma operación se hacía con la paja, que era llevada en carros hasta los pajares e introducida por el boquerón para encumbrarla. Este agujero permitía su ventilación para que no se pudriera.

El fin de la cosecha se celebra con el tradicional baño en el río. Se baja hasta el Puente Largo para disfrutar de las frescas aguas del Jarama. Primero se lavan bien las mulas y luego ellos. El baño actúa como rito purificador que arrastra todo el sudor, sacrificio y esfuerzo empleado en tan duro trabajo.
Se cierra así un año más, un nuevo ciclo de vida. Todo lo demás será volver, reiniciar el camino de estos “marineros de la tierra” acostumbrados a salvar todo tipo de tormentas ….

Fátima de Hita Martínez. Verano 2015



1 comentario:

  1. Los antepasados de la autora de este artículo sembraron y segaron en Illescas durante la Guerra Civil.

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