He tropezado en Seseña con un bonito artículo describiendo
las faenas del campo estivales que se realizaban hace ya bastantes años, y una
vez autorizado por su autora Doña Fátima de Hita Martínez, y considerando muy
interesante dar a conocer su contenido, me he decidido a subirlo a nuestro blog
adaptando su contenido a la operativa de Blogger.
El largo y cálido verano
recuerda que los lugares ya no son lo mismo, ni siquiera las viejas palabras ….
Todo se perderá pues el tiempo, inexorablemente, lo condenará al olvido. Captar
un destello, pequeñas perlas de recuerdos dormidos de nuestra historia y
nuestra gente, nos ayuda a reivindicar esa individualidad y el cariño a este
pueblo que fue y seguirá siendo tan nuestro.
Desde
el recuerdo o quizá la fantasía, mi homenaje a esos hombres y mujeres de campo
que agotaron sus vidas en esas largas jornadas de sol a sol o de frío invierno
luchando por vivir y dar a sus hijos mejores oportunidades que las que ellos
tuvieron. Generación a generación construyeron nuestra memoria y gracias a
ellos, a su tesón y esfuerzo, a su sacrificio silencioso, hoy contemplamos este
paisaje con una mirada renovada. Sepamos algo de ellos y su trabajo.
Todo
comienza con la sementera: Se inicia en otoño, tras las primeras lluvias, se
prepara el terreno con el arado o grada. Para que la siembra sea eficaz
requiere que el terreno quede dividido en calles y el cultivo ordenado. La
tierra se araba previamente con la vertedera. La semilla se entierra en el
surco que conserva más humedad y se tapa con el arado o la grada.
Tradicionalmente la siembra se hacía a “voleo” o se “sembraba a puño” lanzando
el grano manualmente desde la “sembradera de costal”. Detrás del sembrador iban
otros peones con las mulas cubriendo el grano.
La siega.- La palabra “estío”
–verano- nos recuerda un tiempo muy lejano de sudor, trabajo y sacrificio,
tiempo de recolección: siega y trillado. Los frutos maduros, trigo y década
dorada por el sol y mecidos por la suave brisa, han granado y los braceros
inician la lenta recolección: segadores, peones, hombres y mujeres de gesto
recio y tostado, se preparan para la larga campaña de recogida. Los contratos
ya están firmados “a jornal” o “a destajo”, una simple “palabra dada” con un
apretón de manos constata el acuerdo sellado. Los campos secos y polvorientos
despiertan con “la fresca” y ya llegan
cuadrillas de segadores hoz en mano a cortar la mies, cargados de costales,
botijos, ataeros, cacharros para preparar la comida (patas guisadas con bacalao
o un fresco gazpacho a la tarde con pan duro), carros y mulas donde transportar
las gavillas hasta la era. Los serones, espuertas y esteras están remendados y listos para su uso. Largos
y duros meses de cosechas les esperan …importante hacer un chozo para
resguardarse del sofocante calor a la hora de la siesta. Cuadrillas de
segadores (muchos de ellos llegados de Galicia) trabajan de sol a sol hasta
Santiago, quieren estar de vuelta en su tierra para celebrar la fiesta de su
patrón. En tiempos la espiga era cortada a mano con las hoces afiladas pero,
poco a poco, se va iniciando una lenta y rudimentaria mecanización del campo.
Cortadas ya las espigas y reunidas en haces de mies, se forman gavillas uniendo
unas a otras y se atan con cuerdas o con tallos del mismo cereal. Grupos de
mujeres espigadoras recorren el campo recogiendo las espigas caídas para
aprovechar todo el grano posible, y los rastrojos (tallos cortados que quedan
sueltos en la tierra) se aprovechan para que coman las ovejas o como abono tras
ser quemados.
Los
haces de mies son cargados en los carros y llevados a las eras del pueblo, la
labor se traslada allí, comienza la trilla. Las eras de Seseña eran lugares
abiertos y llanos, expuestos al suave viento y con el suelo bien apisonado para
facilitar la labor del trillado. Las mujeres de la casa suben para ayudar a
desatar gavillas, se extienden los haces y se machaca las espiga a ritmo lento
con trillos tirados por mulas que dan vueltas y vueltas hasta que el grano se
separa de la espiga. A los niños les encanta jugar aquí, suben al trillo como
si fuera un columpio, se esconden o saltan entre las montañas de paja y, al
caer la noche se tumban para contar las estrellas en aquel mar de olas doradas.
Qué fiesta y con qué alegría recibían al
heladero (desde estas líneas un recuerdo cariñoso para Domingo “Chola”) que con
su carrito de helados de cucurucho refrescaba a grandes y chicos.
Una vez trillado y aprovechando
los días de viento comienza la limpia, comienzan a aventar la parva para
separar el grano de la paja. Para esta labor se utilizan horcas, bieldos y
palas. Finalmente se criba de impurezas el grano y se transporta en grandes
costales (marcados con las siglas del patrón) al granero. A esta labor se la
decía “encerrar el grano”. La misma operación se hacía con la paja, que era
llevada en carros hasta los pajares e introducida por el boquerón para
encumbrarla. Este agujero permitía su ventilación para que no se pudriera.
El fin de la cosecha se celebra con el tradicional baño en el río. Se baja hasta el Puente Largo para disfrutar de las frescas aguas del Jarama. Primero se lavan bien las mulas y luego ellos. El baño actúa como rito purificador que arrastra todo el sudor, sacrificio y esfuerzo empleado en tan duro trabajo.
Se
cierra así un año más, un nuevo ciclo de vida. Todo lo demás será volver,
reiniciar el camino de estos “marineros de la tierra” acostumbrados a salvar
todo tipo de tormentas ….
Fátima de Hita Martínez. Verano 2015
Los antepasados de la autora de este artículo sembraron y segaron en Illescas durante la Guerra Civil.
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