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viernes, 15 de abril de 2011

MAS SOBRE LOS JUDIOS EN ESPAÑA


   Nuestro amigo y tertuliano ocasional Wilfredo Mariñas, nos acompañó a la última celebrada en la cafetería del Hotel Real, en la que entre otros asuntos abordamos la evolución de los judíos en España, tema que fue principal en la posterior Tertulia radiofónica del día 31 del pasado mes.
   Mariñas, investigador incansable, me ha enviado el recopilatorio que inserto a continuación publicado por Simón Wiesenthal, un Sr. austriaco que fue prisionero de los alemanes en varios campos de concentración y que una vez liberado dedicó su vida a perseguir a los culpables del holocausto, consiguiendo llevar a muchos de ellos ante los tribunales.
- Bailón 15.04.2011- 
                                                             SIMÓN WIESENTHAL
   Con la expulsión de los judíos, la economía española no entró precisamente en una edad de oro. Pronto advirtieron los gobernantes del país que, en 1492, por culpa de la Iglesia, se había cometido un error histórico garrafal. De ahí que, ya en el siglo XVII, apuntara una política favorable al retorno de los judíos a España. A pesar de lo cual, la actitud de la Iglesia continuó siendo la de siempre, ya que ésta tenia más fuerza que las mismas leyes económicopolíticas.
   El retorno de los judíos fue impedido una y otra vez por los inquisidores, en activo hasta 1834.
   Ahora bien, de un modo o de otro, las tendencias liberales del siglo XIX terminaron por atravesar las fronteras de España. Cuantas más libertades tuvieron que ser reconocidas a sus habitantes, y, sobre todo, cuantas más se tomó la «élite» intelectual, tanto más menudearon los intentos de replantear el capítulo de la historia patria que había finalizado con el decreto de expulsión de los judíos. Por último, la nueva Constitución de 1869 lo abrogó.
  Andando el tiempo, volvieron a establecerse judíos en España, e incluso a constituir comunidades, entre otras las de Madrid (1910). La guerra civil frustró o retardó una serie de medidas favorables a los judíos que la República se proponía adoptar. Con todo, en 1940, pese a la vinculación con las potencias del Eje, el gobierno franquista hizo realidad un proyecto de la República: se fundó en Madrid el Instituto Arias Montano, para investigar y dar a conocer por medio de publicaciones la historia de los sefarditas.
   Ya en los años veinte, durante la dictadura de Primo de Rivera, se ofreció la ciudadanía española a todos los judíos que pudieran demostrar un origen sefardí. Al principio sólo pocos hicieron uso de tal derecho. Mas, cuando la persecución del Tercer Reich llegó a los Balcanes, los sefarditas que habitaban allí buscaron el amparo de los diplomáticos españoles. Veinticinco mil judíos fugitivos de distintos países de Europa escaparon de las garras de la Gestapo refugiándose en España, cuyo gobierno, haciendo oídos sordos a
exhortaciones y amenazas, se negó siempre a entregarlos.
  España es un país de contrastes. Mientras una localidad de Valladolid sigue llamándose aún hoy Castrillo de Matajudíos, en Hervás se rebautizó a una de sus calles con el nombre de «Vía de la amistad judeo-cristiana».
  Archiveros españoles me han confirmado que, en las ciudades donde otrora residieron judíos, numerosas familias hacen investigar su genealogía. Aunque ello resulta caro, son felices si pueden constatar que tienen sangre hebrea: los conversos que se quedaron en España tras 1492 ocupaban altos cargos, eran ricos y estaban emparentados con la nobleza.
  Al presente, el pueblo español simpatiza por lo común con los judíos. Sin embargo, los judíos que viven en España se comportan como si no sintiesen tal bienquerencia. Algunos tratan de ocultar su identidad: acusan aún el «shock» de lo acaecido hace casi quinientos años, y temen, instintivamente, que se les reconozca.
   Las esperanzas que los judíos, marranos y conversos habían depositado en el viaje de Colón resultaron vanas. Colón no dio con ningún territorio en que habitaran o reinaran hebreos. El gran navegante —convencido hasta el fin de sus días de haber desembarcado en islas próximas al continente indio— descubrió, con todo, un nuevo mundo, que atrajo de manera muy especial a quienes eran perseguidos en el viejo. A él afluyeron por espacio de siglos los judíos y marranos, pese a las interdicciones de los reyes españoles y portugueses.
   La libertad de que esperaban disfrutar allí les animaba a afrontar cualquier riesgo. Querían desamarrarse de la vieja Europa, aquella Europa que sólo les había procurado acusaciones y sufrimientos. En las nuevas tierras esperaban poder iniciar una vida nueva y crear para sus hijos un mundo muy distinto a aquel en que habían nacido ellos.
   A la vez que los judíos, emigraron a las Indias Occidentales numerosos luteranos, calvinistas y miembros de otras sectas perseguidos también por la Iglesia. Posteriormente, perseguidos políticos de los más diversos países de Europa. Tenían todos un fin común: olvidar las penalidades sufridas y rehacer su existencia en el continente recién descubierto y casi deshabitado.
   La «operación Nuevo Mundo», iniciada con el viaje de Colón, no se acabó con el término del mismo. América se convirtió en una nueva patria para los apátridas y perseguidos. Para los judíos, sobre todo, seria, a lo largo de casi cuatrocientos cincuenta años, la tierra prometida, un verdadero refugio, hasta que, en nuestros días, la constitución del Estado de Israel ha venido a colmar las esperanzas de tantas generaciones de hombres humillados y perseguidos, de las víctimas de la Inquisición... Israel es hoy para los judíos lo que se esperaba en la Edad Media de los legendarios territorios de las diez tribus: una patria adonde acogerse, un poder político protector. Hacer realidad un sueño dos veces milenario.


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