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miércoles, 1 de agosto de 2012

LAS NAVAS DE TOLOSA, la batalla que salvó a España y a Europa


Este 16 de julio se han cumplido 800 años

“Los colegiales madrileños estudian el río Jarama y el cocido, pero desconocen la cuenca y el curso completo del Tajo. Los colegiales catalanes están convencidos de que Cataluña era independiente hasta Felipe V, pero no saben nada de la batalla del Bruch. A los vascos se les enseña que Simón Bolívar era paisano suyo pero se les ocultan los miles de vascos que participaron, como súbditos de los reyes españoles, en la conquista y colonización de las Indias. A los colegiales gallegos se les habla de un personaje inexistente como Breogán y a los andaluces se les inculca que descienden de Abderramán III. Ésta es España, un país en que la sublevación contra el invasor Napoleón Bonaparte, el monarca más poderoso de la época, ha pasado a ser una fiesta local y en el que se conmemoran derrotas, como la de los comuneros en Villalar, el bombardeo de Guernica y la conquista de Barcelona por las tropas borbónicas.”


Este preámbulo publicado en www.elmanifiesto.com hace un par de días, me incitó a leer el artículo completo referido a la “no conmemoración” de una de las gestas más heroicas de nuestra historia: La batalla de Las navas de Tolosa.
¿Porqué se ignora esta efeméride que salvó no solo a España, sino también a Europa de la invasión (reanudada actualmente con otros medios y procedimientos) y posterior dominación del islamismo más radical?
¿Será por nuestro proverbial quijotismo o por nuestra alianza de civilizaciones por lo que no se conmemora esta gloriosa gesta porque pudiera molestar a los moros?
El artículo es más extenso; solamente subo aquí la parte referida a la batalla final, donde con pelos y señales se describe como al islamismo radical en aquella ocasión si le paramos los pies.

La última carga


El primer movimiento cristiano parece haber fracasado. Alfonso VIII, el rey de Castilla, ve banderas en retirada. Le vuelve el recuerdo de Alarcos y cree que esa enseña que se retira es la de Diego López de Haro y sus vizcaínos. Pero no. Con el rey, en el puesto de mando, están el arzobispo de Toledo y un concejal de Medina del Campo que le sacan del error. Sabemos lo que pasó. Esta fue, más o menos, la conversación. Habla el rey:
EL REY. — Mirad, Arzobispo, como vuelve la seña de don Diego. Todo ha fallado.
ARZOBISPO. — ¿Estáis seguro?
CONCEJAL. — Perdonadme, Señor.
EL REY. — Decid, ¿quién sois?
CONCEJAL. — Andrés Roca, señor, de Medina del Campo. Y esa no es la enseña de don Diego. Mirad más adelante y veréis vuestra enseña, y don Diego con la suya. Los que huyen, los villanos somos, que no los hidalgos. Esa enseña que huye es la de Madrid.
EL REY. — Cierto. Don Diego y los suyos se baten a pie firme. Pero no podrán aguantar mucho tiempo: el moro los ha envuelto y los ha fijado al terreno. Pronto los arqueros de Miramamolín los exterminarán. Ha llegado el momento. ¡Caballeros! ¡Disponed la carga! ¡Señales a Aragón y Navarra! ¡Santiago y cierra, España! Y vos y yo, Arzobispo…
ARZOBISPO. — Decid, Señor.
EL REY. — Arzobispo, vos y yo aquí muramos.
Ese era el movimiento que Alfonso VIII se tenía guardado: una nueva masa compacta de caballería, salpicada de infantes y con el propio rey al frente, arrolla la línea de combate, disgrega la resistencia mora y se planta ante la última línea de defensa del Miramamolín, el palenque. Aquí se encuentran con algo que a nosotros hoy nos sorprenderá, pero que ellos ya conocían: una gruesa empalizada fuertemente amarrada con cadenas y protegida por una línea de guerreros enterrados hasta la rodillas. Eran los imesebelen, que quiere decir los «desposados». No se trataba de esclavos, como dicen muchas fuentes, sino de voluntarios fanáticos que habían jurado dar su vida en defensa del Islam y que se hacían enterrar así, hasta las rodillas, para evitar la tentación de huir y asegurarse el sacrificio luchando hasta la muerte. Murieron, claro.
Todo el éxito de la táctica mora dependía de una sola cosa: que la fuerza cristiana que llegara al palenque no fuera demasiado numerosa y, por tanto, no pudiera perforar la defensa. Para eso deberían haber bastado las reservas de veteranos almohades movilizadas por el Miramamolín. Pero Alfonso VIII había calculado muy bien los tiempos: ordenó su última carga cuando a los moros les quedaba ya muy poca fuerza por movilizar, de manera que las tropas cristianas que llegaron hasta el palenque, protegido por la empalizada y aquellos imesebelen, fueron muy numerosas. Los cristianos perforaron las defensas. La tradición dice que fue Sancho VII de Navarra el primero en romper aquellas cadenas, y aquí respetaremos la tradición. Una vez dentro, los moros ya no tenían nada que hacer: sus arqueros y honderos no tenían espacio físico para usar sus armas y nada podía oponerse entonces a una carga de caballería pesada. La escabechina debió de ser terrible. El Miramamolín, derrotado, huyó a toda prisa a lomos de lo primero que encontró: un burro. El arzobispo de Toledo y los demás clérigos presentes en el campo de batalla entonaron el Te Deum laudamus.
La batalla de las Navas de Tolosa fue fundamental en la historia de España y de Europa. Cualquier intento musulmán por recuperar el terreno perdido quedaba definitivamente desarbolado. Los pasos de Castilla hacia Andalucía quedaban en manos cristianas. Las querellas entre los reyes cristianos se resolvieron en la euforia del triunfo. Vencidos los almohades, Europa neutralizaba el peligro musulmán en occidente. Por eso 1212 es una fecha decisiva en la historia de Europa y de España, un hito clave en la gesta nacional española.
No lejos de aquellos campos de Jaén, seiscientos años después, brotará otro de esos hitos: la batalla de Bailén. Pero esto es otra historia.

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