Entre la abundante documentación que casi a diario nos
envía nuestro contertulio Juanjo Prieto, hoy me ha llamado la atención este
interesante artículo-reportaje publicado en ABC por MÓNICA ARRIZABALAGA
con fecha 11/10/2015, y que seguro estoy que despertará especial interés a
nuestro contertulio aragonés Miguel Benítez.
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Hace
mil años se erigió en el Pirineo aragonés una colosal fortaleza que hoy presume
de ser el castillo románico mejor conservado de Europa. Luis Zueco novela cómo
se llevó a cabo esta proeza y da respuesta a algunos enigmas aún sin resolver.
El castillo de Loarre
Cuentan que entre sus muros
falleció el conde Don Julián y que enterraron al mayor traidor de la historia
de España a la entrada de la iglesia, para que todos pisotearan sus restos por
haber abierto las puertas de la Península a los musulmanes. Hasta alguno
asegura haber visto a su fantasma o al de la abadesa doña Violante, sobrina del
Papa Luna, cuya tumba tampoco ha sido aún hallada. Son algunas de las leyendas
que circulan en torno al castillo de Loarre, pero esta colosal fortaleza
encierra otros misterios, más reales, algunos a la vista de todos y aún sin
respuesta.
¿Cómo
construyeron en ese enclave montañoso del Pirineo aragonés una cúpula en la
iglesia sin parangón alguno en la España de la época? ¿Cómo fueron a parar allí
unas reliquias tan destacadas como las de San Demetrio? A estas y otras
preguntas Luis Zueco da su particular solución en «El Castillo» (Ediciones B),
su última novela en la que aborda la proeza que supuso hace mil años la
construcción de Loarre.
«Loarre es el prototipo de
los castillos de España», explica este novelista e historiador, vicepresidente
de la Asociación de Amigos de los Castillos de Aragón. «Aquí no tenemos los
castillos del Loira o el Rhin, más palaciegos. Los nuestros son castillos
militares, que es para lo que realmente servía un castillo, y si se piensa en un
castillo militar, Loarre cumple con todos los requisitos de lo que es un
castillo español», añade el escritor que explica cuáles son estas
características. La primera, «una ubicación que al verlo dices: ¡madre de Dios,
cómo lo pudieron construir allí!», la cumple Loarre con creces. A mil metros, en la montaña pirenaica, es un nido de águilas,
un lugar estratégico que podría defenderse hasta sin castillo como de hecho
ocurre en la novela.
Es una fortaleza militar, que no está pensada para vivir sino para albergar a una guarnición, sin fosos de agua, sino defensa en altura. «Los españoles son castillos con muchas torres, algunas de ellas albarranas (que se quedaban independizadas en caso de ataque)...todo pensado para la guerra», describe Zueco.
Sancho III el Mayor mandó construir este castillo como parte de la línea defensiva que protegía los dominios del reino de Pamplona, en su máximo esplendor en aquellos inicios del s.XI. A esa función militar, Loarre añadía un destacado simbolismo, según este historiador, ya que «se construyó justo donde acaba la montaña y empieza el llano, la hoya de Huesca». Los cristianos de Loarre veían desde allí las huertas y las ricas ciudades musulmanas, «lo que no tenían ellos, que malvivían en las montañas, y eso incrementaba su deseo de conquista, algo muy importante para un reino que quería crecer». Veinte años después, se había conquistado Huesca y se estaba en camino de Zaragoza. «Ya se había llegado al llano, que era el gran objetivo», señala Zueco.
Maestros lombardos construyeron el castillo primitivo con sillarejo, utilizando la piedra a modo de ladrillo, como aún puede verse en la parte más alta de Loarre. El autor de «El Castillo» relata cómo «en el año 1000 los lombardos eran los que sabían construir esas iglesias y castillos, pero en un momento dado desaparecen, no se sabe bien por qué, dejando edificios a medio terminar. Algo pasó para que se fueran todos, pero no se sabe a ciencia cierta».
El rito romano
Trabajadores
locales que habían aprendido de los lombardos quedaron al frente de la obra,
apenas manteniendo lo construido. Fue con el segundo rey de Aragón, Sancho
Ramírez, cuando Loarre experimentaría su impulso definitivo y cobraría gran
importancia religiosa. «El reino de Aragón era en aquella época vasallo del
reino de Pamplona, pero Sancho Ramírez hace una jugada maestra al ir a Roma y
convertir el reino en vasallo directo de Roma de forma que nadie podía
dudar ya de su legitimidad», explica Zueco. A cambio, Aragón adoptó el rito
romano que Roma había intentado sin éxito introducir en los reinos y
condados de la Península, donde el clero español seguía fiel al rito mozárabe.
«La primera misa en rito romano fue en el monasterio de San Juan de la Peña,
próximo a Loarre, y la segunda o tercera sería en el castillo», afirma el
historiador.
A
su vuelta de Roma, Sancho Ramírez ordenó construir en Loarre una gran
iglesia, para la que no había espacio. Hubo que ganar terreno a la montaña,
se hizo un falso crucero, se habilitó el acceso al castillo por debajo de la
nave de la iglesia... «tuvieron que pensar en mil soluciones arquitectónicas
para encajar una iglesia inmensa en un castillo militar».
Interior de la iglesia que ordenó
construir Sancho Ramírez
El rey
aragonés llevó a Loarre a una congregación de monjes agustinos con los que
llegó el arte románico. Se trajo a escultores de Toulouse para realizar
los 82 capiteles con que cuenta la iglesia, con sus monos, grifos,
basiliscos... hasta una sirena que no deja de resultar chocante en el Pirineo.
Una bóveda sin parangón
Otro de los misterios de Loarre
reside en la bóveda de la iglesia, «sin parangón» en la Península en
aquella época. «La bóveda es el círculo que simboliza a Dios y cuando el rey se
colocaba debajo quedaba simbólicamente legitimado por Él», anota Zueco. «No hay
otra igual, pero quien construyó esa cúpula tuvo que ver otra en algún sitio.
En el año 1000, en el Pirineo, no se iban a ir a Constantinopla a ver cómo está
hecha Santa Sofía... ¿Cómo supieron construirla? De esas dimensiones y en el
Románico, es la más antigua», destaca el investigador, que en su novela ofrece
su solución.
En Loarre se vivió una dualidad religioso-militar, según explica Zueco. Los soldados y los religiosos no se cruzaban. Sus dependencias estaban separadas, con accesos diferentes a la iglesia para unos y otros. «Es de las primeras veces en que conviven monjes y soldados dentro de un conjunto religioso-militar, algo curioso en una época anterior a las cruzadas y las órdenes militares», subraya.
¿Una portada oculta en la
cripta?
Sancho Ramírez también encargó la construcción de una cripta para
albergar las reliquias de San Demetrio, que según la tradición llegaron
milagrosamente hasta Loarre. «Era un santo importante, que además era soldado,
lo que encaja a la perfección con que sus restos estén en un castillo y además
da más fuerza al enclave», señala Zueco.
Se cree que la
portada de entrada del castillo, que no se conserva actualmente, se
reutilizó boca abajo en el suelo de esta cripta. «Si algún día alguien se
atreviera a levantar el suelo y darle la vuelta igual nos aparecería la portada
de entrada al castillo», aventura el historiador.
Hay cerca de
10.000 metros en Loarre, donde se cree que estuvo la aldea de quienes
trabajaron en su construcción, que aún no ha sido objeto de ninguna excavación
arqueológica. «Podría salir de todo», cree Zueco, porque «Loarre se quedó
suspendido en el tiempo». La frontera avanzó y el castillo quedó solo como
monasterio, pero no llegó a tener gran magnitud y acabó por ser abandonado
hacia el s. XV-XVI.
«Si se hiciera una excavación se cree que saldría
una necrópolis, otras construcciones, mucho material...pero es complicado
porque no deja de ser un monumento turístico que visitan unas 100.000 personas
al año», justifica.
Un homenaje a sus constructores
Los muros, pasadizos y salas de este castillo, donde se rodó parte de
la película de «El reino de los cielos» de Ridley Scott, se mantienen hoy
tal y como estaban en el siglo XI, sin luz eléctrica ni paneles
informativos. Un lugar donde resulta fácil imaginar a Eneca, Fortún y la
multitud de personajes de esta novela histórica de Zueco, que abarca el periodo
en que se levantó la fortaleza, entre el año 1027 y el 1082.
«Se construyó en unos 60 años, lo que pone más en valor a la gente que
llevó a cabo esta proeza, con los medios de entonces. La novela es un homenaje
no a los reyes ni a los nobles que mandaron construirlo, sino a los
constructores, carpinteros... y a las mujeres que lo hicieron posible», explica
el autor. Aquellos cientos de personas de toda condición que se jugaron la vida
en esta peligrosa zona de frontera con la esperanza de progresar.
Este
domingo se presenta en el castillo este libro ambientado en Loarre en ese
momento histórico tan apasionante como fueron los inicios de la Edad Media, con
la desmembración del reino de Pamplona y el nacimiento del reino de Aragón
frente a unas taifas aún poderosas y un complejo entramado de alianzas y
conquistas.
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