Recibo prácticamente a diario historias y
curiosidades de toda índole a través de mi subscripción a las revistas
Curistoria y Revista de Historia.
Esta me ha llamado poderosamente la
atención por referirse a un tema que, quizás debido a mi supina ignorancia, he
considerado poco tratado, ya que estamos más habituados a ver artilugios
ofensivos y destructivos de esas épocas, como fueron las catapultas, fueran de
tracción, de torsión o de contrapeso.
Una de las catapultas de aquella época
Polyspastos, las grúas de Roma
Los Polyspastos romanos eran las grúas con las
que los romanos edificaban sus grandes obras de ingeniería. Como casi todo
en Roma, no era un invento suyo, sino una copia mejorada de las primeras
grúas griegas y etruscas.
Los romanos disponían
de tres tipos de grúas en función de los kilogramos a levantar. Para pesos
livianos usaban el Tripastos, que con una horca monoviga y un sólo hombre
operando el torno con tres poleas, podía levantar hasta 150 kg.
También
usaban el Pentapastos, que disponía de cinco poleas, pero para las cargas
realmente pesadas desarrollaron el Polyspastos, que según la carga a levantar,
podía tener de dos a cuatro mástiles y disponía de 3 cuerdas y 5 poleas. Si se
ponían a trabajar cuatro hombres con un Polyspastos, éstos podían levantar
hasta 3.000 kg, y si el torno se sustituía por un acoplamiento, se podía
incluso doblar la carga, llegando hasta los 6.000 kg.
Sin embargo
los recursos ingenieriles romanos debieron ser incluso superiores, ya que hay
constancia de piedras mucho más pesadas, como las del templo de Júpiter en
Baalbek (de hasta 100 toneladas a una altura de 19 metros), o la del
bloque capital de la conocida columna de Trajano del famoso arquitecto Apolodoro
de Damasco, que se levantó a una altura de 34 metros con un peso total de
53,3 toneladas.
Aunque para estas
masas probablemente no se usaron Polyspastos, sino torres de elevación, cabrestantes
y un alto grado de coordinación entre los operarios que aplicaban la fuerza a
los mismos.
En cualquier caso, la destreza ingeniera romana
superó ampliamente a otros grandes constructores de monumentos, como por
ejemplo a los Egipcios, los cuales en la construcción de las Pirámides
necesitaban 50 trabajadores para mover una piedra de 2,5 toneladas por una
rampa, frente a los 4 trabajadores y 3.000 kg del Polyspastos romano.
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