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Recurriendo a la memoria: Tertulia del 12 de septiembre de 2019
Primero,
redacté el acta con tiempo para que pudiéramos comentarla en la radio. Después
se me perdió lo escrito en el ordenador. Todos los conocidos con conocimientos
informáticos me dijeron que era imposible recuperarla. Y emperecé. (Sienta muy
mal tener que volver a escribir lo ya escrito). Y hoy domingo me he dado cuenta
que apenas si podré cumplir con los contertulios que reciben el acta por correo
postal. He buscado las notas que tomé y no las he conseguido encontrar, así que
me he decidido a utilizar mi memoria lo que no resulta muy difícil pues
dedicamos la sesión a comentar cómo era la Feria de Illescas, allá por los años
50’.
No
voy a reproducir exactamente lo que ocurrió, sino solo lo que se refiere al
tema citado. Si recuerdo con nitidez que se celebró en el Hotel Real de
Illescas, sobre las 20 h y con asistencia de unos siete contertulios, cinco al
principio de la sesión.
La
Feria tenía tres días de duración, más la víspera, el día 30 de agosto, en que
se celebraba la Salve y luego la quema de fuegos artificiales (mucho más
humildes que los actuales) a lo que llamábamos, como ahora “La Pólvora”. Lo que ahora ha desaparecido completamente
era la feria de ganado, que se centraba en el día 1 de septiembre, en las
eras que entonces existían al este de la
Avenida de Castilla-La Mancha, entre el camino del cementerio viejo y el Paseo
de la Estación. Venía gente de toda la comarca y yo recuerdo el mar de cabezas
de equinos que se divisaba desde el final de la calle del Coso. Se dijo que
sobre todo eran mulas (rara vez mulos, que eran llamados “machos”) y desde
luego no cerdos que tenían su propia feria en Carranque, pero si unos pocos
burros, caballos y ovejas.
El
alguno de los días, se celebraban festejos taurinos con novilleros de un cierto
renombre, en la plaza de toros que se improvisaba cada año en la actual plaza
del Mercado (el Ayuntamiento se encontraba en la Plaza Mayor, enfrente de la
Parroquia, que estaba cerrada al culto desde la Guerra Civil). Los labradores
llevaban sus carros o galeras, montando sus lanzas sobre el de al lado y los
espacios entres las ruedas se cerraban con palos atados con cuerdas, el mismo
procedimiento que se usaba para hacer las puertas. Los toriles estaban en la
esquina con la calle de los Mártires que entonces tenía los muros de las ruinas
de las antiguas escuelas.Enfrente se preparaba una plataforma con la
bandera española para la presidencia y una parte de la banda de música. En esta
misma plaza se hacían los fuegos artificiales y se recuerda que a su final se quemaban tres “castillos”, postes en
cuyo extremo giraba una rueda formada por pequeños cohetes y en el del centro
de desplegaba, rodeada de fuego, una imagen de la Virgen de la Caridad, entre la
emoción de los presentes.
Parte
importante de las fiestas eran los encierros que no se hacían con los toros que
después iban a torearse, sino con unas vaquillas que “sabían latín.” Se
discutió, pues yo recuerdo que los toros venían andando por el campo y los
jinetes teóricamente les acompañaban hasta el pueblo. Los peatones (la inmensa
mayoría) intentábamos seguirlos y de verdad acercarlos con carreras inútiles
pues toros y jinetes cambiaban rápidamente de emplazamiento. La mayor parte de
los contertulios (más jóvenes que yo) ignoraban este tipo de encierro y sólo
recordaban cuando los toros venían en camión y se les soltaba en el final de la
Calle Real, cuyas adyacentes de habían cerrado con palos, desarrollándose el
juego con los mozos en dicha calle, incluida la plaza de las Cadenas. Alguno
aportó que en ella, el Cordobés, por entonces un maletilla haciendo méritos,
citó a un toro que se arrancó obligándole a refugiarse bajo uno de los bancos
de piedra produciendo que el toro se
inutilizase. Fue detenido por la Guardia Civil.
No
recordamos si había Gigantes y Cabezudos, si es seguro que no se hacía el
Pregón ni la elección de reina, costumbres posteriores. Si se hacía un programa
de fiestas financiado por el comercio y la industria locales, de peor impresión,
con menos hojas y con papel más ligero que el actual. El ayuntamiento
contrataba una banda de música que creo se alojaba en casas de vecinos. Era
normalmente de algún pueblo cercano y tocaba acompañando los actos oficiales,
una diana cada mañana por las calles del pueblo y tres o cuatro bailes en la
plaza de los Hermanos Fernández Criado.
Esta
plaza (la llamábamos entonces “de la Fuente”) y la Mayor se convertían en el
centro de la fiesta pues todo alrededor se montaban puestos con techos de lona
donde se vendían juguetes, chucherías y algo de ropa. Delante de la casa de
Bellón se instalaban las barcas (columpios metálicos con esta forma) y delante
de la puerta de la parroquia el tiovivo. A lo largo de la calle del Coso, paso
obligado hacia el Ferial, y ya sin
puestos sino pegados a la pared, era el
lugar preferido por los guarnicioneros que vendían aparejos para las
caballerías e incluso sillas de montar o zahones y por otros vendedores de útiles para la
agricultura. También, hacia la esquina de esta calle con Francisco Guzmán se
situaban las bargueñas (con sus vestidos tradicionales) que vendían escabeche
de besugo sacado con un cucharon de sus barrilitos llenos de vinagre y sardinas
saladas en unos recipientes del mismo material pero bajos, donde los animales
secos formaban capas radiales sucesivas.
Respetando
las horas de las ceremonias religiosas para escapar a las iras de Don Lope, el
párroco, todo el resto del tiempo, había bailes el deporte preferido del
mocerío tanto masculino como femenino. En la plaza como ya se ha dicho, y luego
en el Pósito para el pueblo en general y en el local de la calle de la Lechuga,
para las familias de las fuerzas vivas, otro baile que se llamaba de la Crema.
Es difícil de imaginar ahora la cantidad de polvo que había en el ambiente.
Polvo mezclado con paja muy menuda pues eran los carros, con sus ruedas de
hierro, llevándola a los pajares, cerca de las casas, los que convertían en fino polvo la arcilla
de las calles. Creemos recordar que sólo la calle Real estaba pavimentada con
macadan. Es digno de señalar que ésta era el límite físico de la Feria. A su
norte el pueblo no cambiaba su aspecto aunque sus escasos habitantes si
“bajaban” a participar y para “feriar” a los pequeños.
No creo que se me haya olvidado mucho de los que se habló,
pero una vez más solicito la colaboración de todos, para completarlo. En todo
caso dejamos las conversaciones cuando dieron las diez, hora en que nos
despedimos hasta la próxima reunión que tendrá lugar el jueves que viene día
diez, en el lugar y la hora de costumbre. Otra vez perdón y os espero
numerosos.
Fernando Elena Diaz
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