Aunque la situación que estamos viviendo desde la irrupción en nuestra sociedad del maldito Cobid-19 allá a principios del pasado 2020, que nos ha condicionado nuestra forma de sentir, pensar y vivir, creo no está de más repescar este artículo elaborado por distintas publicaciones (El País y Curistoria) que tratan sobre algo que no debemos desechar ni en tiempos de pandemia, el humor.
El humor en la antigua Roma
Hace unos días vi en algún sitio, lamento no recordarlo, una viñeta en la que Dios dibujaba dos círculos que tenían una parte común, es decir, había una intersección entre ambos. Dios decía: aquí tenemos dos círculos, el bien y el mal. Había un hombre al lado que le preguntaba qué pasaba con la intersección, con esa zona que tanto pertenecía al círculo de lo bueno como al círculo de lo malo. Y Dios le contestaba: eso es el humor.
Cuenta Marqués que en las saturnalia, una fiesta romana que se celebraba en diciembre, el humor era parte fundamental. Bromas y chistes eran comunes y muchos de ellos los protagonizaban borrachos, glotones y hombres con mal aliento. Por otra parte, igual que nosotros en España tenemos los chistes del Lepe, los romanos tenían su localidad: la ciudad griega de Abdera. Según parece, a los romanos también les gustaban los chistes de intelectuales lógicos, scholastikos, de manera especial.
Un intelectual [scholastikos], un calvo y un barbero viajaban juntos y,
como tenían que pasar la noche en un
lugar apartado, decidieron que cada uno de ellos estaría despierto cuatro horas
durante la noche para proteger el equipaje. El barbero fue el primero en hacer
guardia y para distraerse se dedicó a afeitarle la cabeza al intelectual
mientras este dormía. Cuando acabó su guardia, el barbero despertó al
intelectual. Este, se pasó la mano por la cabeza y al encontrarla lisa y sin
pelo dijo: ¡Qué idiota es este barbero, ha despertado al calvo en lugar de a
mí!
El peluquero
pregunta: “¿Cómo quiere que le corte el pelo?”. Y el cliente contesta: “En
silencio”.
Un abderita ve a un
eunuco hablando con una mujer y le pregunta si es su esposa. El hombre le
responde que es un eunuco y que no puede casarse. “Ah, entonces es tu hija”, le
dice.
Un tipo le dice a
su amigo: “Anoche me acosté con tu mujer”. A lo que el amigo contesta: “Yo soy
su marido y tengo que hacerlo, pero tú, ¿qué excusa tienes?”.
Un tipo está
abroncando a un borracho porque pierde toda noción de la realidad cuando bebe
más de la cuenta. A lo que el borracho le contesta, indignado: “Mira quién
habla… El tipo que tiene dos cabezas”.
Un misógino está
frente a la tumba de su mujer. Un desconocido le da el pésame: “¿Quién está
descansando ahora?”. A lo que el misógino contesta: “Yo, ahora que por fin
estoy solo”.
Un hombre con mal
aliento decide suicidarse. Así que se envuelve la cabeza hasta que se asfixia.
Un hombre acude al vendedor
de esclavos y se queja de que uno de los que acaba de comprar se ha muerto, a
lo que el vendedor responde: “¡Nunca hizo nada parecido cuando estaba
conmigo!”.
Un intelectual vio
un pozo muy profundo en su región y preguntó si el agua estaba buena. El
campesino le dijo que sí, que sus padres solían beber de ese pozo. El
intelectual exclamó: “¡Qué largos debían ser sus cuellos si podían beber de un
pozo tan profundo!”.
Un intelectual se
cruza con un conocido y le pregunta: “¿Quién murió, tu hermano gemelo o tú?”.
Un intelectual se
compra una casa y se asoma por la ventana para preguntar a los viandantes si le
queda bien.
Un tipo se encuentra con un intelectual y le dice: “Anoche te vi en un sueño”. “Vaya -contesta el intelectual-, estaba tan ocupado que yo no te vi a ti”.
El origen del chiste moderno
Beard subraya que no se puede hablar de un “primer chiste de la historia”, ya que siempre ha habido comentarios graciosos, epigramas, fábulas e incluso pintadas en la pared. Pero el Philogelos muestra que en Roma nace el chiste tal y como lo entendemos hoy en día. Es decir, como una forma encapsulada de humor que funciona a modo de moneda social: “Intercambiamos chistes. Los contamos de forma competitiva. Para nosotros, también, son mercancías que tienen un valor y un origen”.
Y esto ocurría más en Roma que en la Grecia clásica. El hecho de que los chistes se recogieran en manuscritos, se compraran, se vendieran y se intercambiaran, muestra que estas historietas no eran ni transgresoras ni excepcionales, sino que formaban parte de la cultura romana. Y el hecho de que se copiaran sin mencionar al autor muestra que formaban parte de una tradición oral: los romanos se contaban chistes de forma habitual y tanto sus autores como sus protagonistas eran anónimos.
Escena de 'La vida de Brian', que también es un clásico
Esto está cambiando de nuevo, como explican Carr y Greeves en Only Joking. Los chistes pocas veces se ponían por escrito y cuando se hacía, ya fuera en el Philogelos o en los "libros de facecias" que se empiezan a recoger a partir del siglo XV, ya nadie recordaba quién era su autor. “Incluso en los años 50 y 60 se veía como perfectamente normal que los cómicos robaran chistes y rutinas enteras de otros humoristas”. En cambio, hoy en día es casi peor robar un chiste que no ser gracioso, como se puede ver por las polémicas acusaciones a Dane Cook y, más recientemente, a Amy Schumer, por ejemplo.
Con la llegada de la televisión y con los primeros discos y cassettes de chistes y monólogos, se empieza a identificar a los autores de estas ocurrencias, sobre todo en el caso de humoristas con una personalidad muy marcada. Nadie le robaría un chiste a Woody Allen o a Andy Kaufman (en caso de que alguna vez hubiera contado alguno).
Y ocurre cada vez más con las redes sociales, a un nivel sin tantas aspiraciones. Muchos se esfuerzan en Twitter por crear chistes y se enfadan, con razón, cuando se reproducen sin citar. Sobre todo (y como ya vimos en su momento) cuando lo hacen cuentas dedicadas a reproducir contenidos en busca de ingresos publicitarios. Es decir, hoy en día los chistes vuelven a tener autor, como en la buena época anterior al Philogelos.
FUENTES
Posted: 28 Jun 2018 02:47 PM PDT
JAIME RUBIO HANCOCK 9 JUN 2016 - 08:14 CEST
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