En estos malhadados tiempos que está viviendo nuestra querida España, acosada, ninguneada o ignorada, y hasta siendo objeto de mofa de nuestros vecinos y otros países más lejanos (v.g. Marruecos, Inglaterra, UE y EE.UU), me ha consolado en parte el artículo recibido hace un par de días de la publicación CONTANDO ESTRELAS, en el que menciona una de las muchas gestas heroicas vividas en otras épocas cuando ser Español causaba orgullo nacional y respeto foráneo.
Cuando los españoles de Galicia humillaron a Napoleón ante el flamear del Aspa de Borgoña

La
historia de España está plagada de batallas que, contra todo pronóstico,
acabaron en victoria española a pesar de la inferioridad de condiciones.
Uno de
esos episodios tiene un nombre propio: Galicia, y una fecha: 1809. España vivía
momentos aciagos. En 1808 Napoleón había sofocado salvajemente el heroico
levantamiento popular del 2 de mayo en Madrid. Tras la victoria española en la
Batalla de Bailén el 19 de julio, Napoleón invadió España al frente de 200.000
hombres. En agosto Zaragoza acabó sucumbiendo tras dos sangrientos asedios en
los que los aragoneses demostraron un valor admirable. Andalucía estaba
amenazada. Parecía que España no tenía salvación posible, pero había un rincón
de la piel de toro al que el corso no le había prestado mucha atención.
La invasión napoleónica de Galicia en 1809
El ejército de Napoleón entró en Galicia en enero de 1809. Lo hizo persiguiendo a los 29.000 soldados ingleses comandados por Sir John Moore, que huyeron desde Astorga a Galicia perseguidos por 53.000 franceses. Por si no tenían bastante con los gabachos, los gallegos tuvieron que soportar los pillajes de los ingleses en su huida hacia La Coruña, donde Moore hallaría la muerte el 16 de enero en la Batalla de Elviña, que acabó con la derrota de los británicos y su retirada de España.
Vigo: la primera ciudad de Europa reconquistada a los franceses
Tras aquella penosa retirada inglesa, Galicia quedó a merced de Napoleón, cuyos ejércitos fueron ocupando una ciudad tras otra. La primera fue La Coruña, después le tocó a Santiago, Pontevedra y Ferrol, y por último los franceses llegaron a Vigo, el 31 de enero, donde empezaron de verdad sus problemas. Allí a los gallegos se les agotó pronto la paciencia y dijeron “basta”. Miles de vigueses, tanto paisanos como militares, se alzaron en armas contra la guarnición francesa encabezados por un militar, Bernardo González del Valle, conocido como “Cachamuíña” por haber nacido en esa aldea de la localidad orensana de Pereiro de Aguiar, y por un sargento de Marina, Pablo Morillo, veterano de Bailén que fue ascendido a Coronel y puesto al frente de 6.000 paisanos penosamente armados, asistidos por algunos militares y apoyados por algunos buques británicos desde la Ría.
Vigo quedó cercada el 13 de marzo, pero tomarla no era fácil: el ejército francés había dejado en la ciudad una guarnición de 1.500 hombres con 40 piezas de artillería y abundante munición acantonada en el Castillo del Castro, una posición que domina la ciudad. El 27 de marzo de 1809, Cachamuíña derribó a hachazos la puerta de Gamboa, y los paisanos se lanzaron contra los franceses como un chaparrón invernal. La ira de los vigueses era tal que los buques británicos tuvieron que embarcar a los 1.200 prisioneros franceses para que los vecinos no los despedazasen. Vigo se convertía así en la primera ciudad de Europa que era reconquistada a los franceses, gesta por la que el Rey Fernando VII le otorgó el título de “fiel, leal y valerosa”. Pero esto sólo era el comienzo.
La derrota francesa en la Batalla de Puente Sampayo
Tras la derrota de Vigo, la siguiente en caer fue Tuy. A pesar de ello, el ejército francés estaba lejos de ser vencido: aún disponía en Galicia de 33.000 hombres, encabezados por los mariscales Ney y Soult. El primero se dirigió a Vigo con la intención de retomarla, y el segundo -más bien desmoralizado tras ser derrotado por el Duque de Wellington en Portugal- marchó hacia Orense para pararle los pies al ejército español del marqués de La Romana. Partiendo de Santiago, Ney llegó a Pontevedra con 10.000 hombres bien armados y pertrechados y ya veteranos. Allí, a orillas del río Verdugo -un nombre muy apropiado para lo que les esperaba a los gabachos- les aguardaba el Coronel Morillo junto a Puente Sampayo, al que le habían volado varios arcos.
A pesar de que la posición defensiva era buena, los españoles estaban en desventaja. Como explica el General José María Sánchez de Toca en su excelente libro “Batallas desiguales” (EDAF, 2011), la División del Miño que encabezaba Morillo tenía unos 10.000 hombres, de los cuales 3.000 ni siquiera tenían armas de fuego, además de nueve cañones. Estas tropas -en buena medida, paisanos alistados para la campaña- fueron dispuestas en el tramo del Verdugo entre Puente Sampayo y Puente Caldelas, con dos grandes cañones navales en Sampayo. El 7 de junio aparecieron los franceses en la orilla norte del Verdugo y empezaron a probar el plomo español. Ese mediodía Morillo estuvo a punto de perder la cabeza, literalmente, cuando una bala de cañón francesa le pasó muy cerca, haciéndole volar el sombrero.
Incapaz de cruzar por Puente Sampayo, Ney envió a un contingente de 1.500 hombres a Puente Caldelas, cuyo paso sobre el río no había sido volado, y también intentó cruzar el Verdugo aprovechando los vados que dejaba la marea baja. No hubo forma. Tras sufrir numerosas bajas, el 9 de junio los franceses abandonaron la orilla norte del Verdugo, dejando más de 600 muertos y heridos. Los españoles sufrieron 110 bajas. Para más inri, Ney se enteró de que Soult había abandonado el plan acordado y había huído a Sanabria al frente de su tropa, que de haber estado en Puente Sampayo podría haber cambiado la suerte del ejército francés. En vista de la situación en Galicia, tras las humillantes derrotas de Vigo y Puente Sampayo, Ney emprendió la retirada. El 30 de junio de 1809 el ejército francés abandonó Galicia, humillado.
Esta región española se había convertido en un infierno para los aguerridos soldados de Napoleón. En el citado libro, el General Sánchez de Toca expone el saldo de la campaña: “solo regresaron a Castilla 18.000 de los 53.000 soldados napoleónicos que habían entrado en Galicia. Treinta y cinco mil soldados no regresaron que, si hubiera que creer los estadillos que aduce Charles Oman, aún serían diez mil bajas más”. De esas 35.000 bajas, 9.000 se produjeron en la invasión del norte de Portugal encabezada por Soult, mientras que 26.000 franceses cayeron o fueron hechos prisioneros en Galicia (Sánchez de Toca cifra en 2.000 los que fueron capturados). A su vez, unos 2.500 gallegos perecieron en esos combates.
¿Cómo es posible que un pueblo pobre, penosamente armado y en inferioridad numérica humillase así a dos de los mariscales más renombrados de Napoleón en solo seis meses?
Lo primero que hay que señalar es que la tropa francesa, a pesar de su veteranía y su buena preparación, tenía una moral muy baja, hecho que fue agravado por el hostigamiento que tuvo que soportar a manos del paisanaje gallego. A eso hay que añadir que los gallegos defendían su tierra y lo hicieron con un admirable ardor patriótico. Aunque los libros de historia a menudo no lo indican, las cifras hablan por sí solas. Según Sánchez de Toca, “en la plaza fuerte de Ulm, 70.000 austriacos se rindieron sin combatir a un ejército que ni siquiera había empezado el cerco, mientras que en Galicia 6.000 soldados españoles siguieron operando sin munición y sin pólvora. Napoleón perdió en Marengo 7.000 hombres; en Jena, 5.000; y en Austerlitz, 9.000; en Galicia perdió de 26.000 a 36.000″.
Wellington: «Españoles: dedicaos a imitar a los inimitables gallegos»
Tal fue la admiración que provocó la derrota de Napoleón en Galicia entre sus enemigos, que en 1813 el Duque de Wellington escribió lo siguiente en The Times:
“Todos somos testigos de un valor desconocido hasta ahora; del terror, la muerte. La arrogancia y serenidad, de todo disponen a su antojo. Españoles: dedicaos a imitar a los inimitables gallegos, distinguidos sean hasta el fin de los siglos por haber llegado en su denuedo hasta donde nunca nadie llegó“.

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